No es algo de todos los días el que un Papa visite un país, sobre todo cuando geográficamente está tan lejos de Roma, ciudad del sucesor de Pedro. Pero pasó,  un Papa vino a Chile, el primer Papa que visita este país.

Precisamente hace 30 años, del 1 al 6 de abril, Juan Pablo II estuvo recorriendo lugares emblemáticos de la geografía chilena y entregando no sólo mensajes de esperanza y luces para el día a día, sino dando con su vida el testimonio de que el amor es más fuerte. Más fuerte que partidismos e intereses económicos, políticos o ideológicos.

Más fuerte porque es capaz de poner a la persona en el centro y, desde su valor y respeto a su dignidad, mover a la reflexión y a la acción. Más fuerte porque cada persona, nos dijo con sus gestos y sus palabras, es profundamente amada por un Dios que ha dado la vida, no por todo el género humano, sino por cada uno.

Más fuerte porque el amor genera amor, que es la base de cualquier crecimiento verdadero, mientras que el mal –aunque esté disfrazado de otras cosas- sólo genera mal, que destruye y nos enfrenta entre nosotros. Más fuerte porque es capaz de poner las bases de una cultura acorde con la dignidad humana y abierta a la trascendencia.

El que vino como mensajero de la vida y de la paz hace 30 años, ahora declarado santo, San Juan Pablo II, dejó y sigue dejando una huella, la del amor asentado en el Amor, que es desafío hoy y siempre. No sólo para los que le escucharon entonces, sino que para todos.

Esther Gómez
Directora Nacional de
Formación e Identidad
Universidad Santo Tomás

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