Ya se siente en el ambiente ese aroma a anticucho y empanada. Pebre cuchareado (pero individual para evitar contagios), terremoto en mano y asado jugoso en las brasas.
Esta semana, es para muchos y me incluyo, la más esperada y feliz del año. Son tiempos para reencontrarse con la familia y amigos (cumpliendo las normas sanitarias), para jugar a las carreras en saco y empinar el codo con responsabilidad.
Sin embargo, hay un aliño que no estaba invitado y que otra vez provocó malestar estomacal. Ni los antiácidos, ni los camiones con paracetamol, ni la borrachera del ’18, me harán olvidar el nefasto momento futbolístico que vive O’Higgins.
El triunfo ante Colo Colo nos envalentonó, pero solo un par de días después, caímos en el thriller apocalíptico ya visto, donde el mal juego es el protagonista y la falta de variantes, desde la cabeza técnica, conforman la trama. Ante Everton, equipo más que limitado y rival directo en la zona de peligro, los once “Celestes” adolecieron de hambre para buscar el triunfo.
Los caminos siempre se trazaron bajo equívocos repetidos y traumáticos, que hunden las aspiraciones y destrozan la ilusión de una hinchada virtual que perdió la paciencia y que exige la salida del técnico Graff. Los resultados demuestran y son consecuencia exacta del lugar en la tabla de posiciones. La ausente autocrítica es un manto de humo gris trasandino, que no logra convencer ni siquiera al plantel e inquieta a directivos, que seguramente ya piensan en el relevo.
¿Cuánto más aplastado en el pantano debe estar O’Higgins para diseñar un cambio?, sea de estrategia, sea de estratega, o de nuevos jugadores. Lo cierto es que algo se debe hacer, porque de mantener la inmovilidad, el buque se puede ir al fondo del mar sin darse cuenta.
Manuel Polgatiz C.
Periodista
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