Los desafíos de la educación se han centrado principalmente en promover competencias conceptuales, procedimentales, creativas y actitudinales, las cuales son el pilar fundamental del sistema educativo formal de nuestro país, definidas por las normativas vigentes que otorgan los lineamientos y bases para el proceso Enseñanza-Aprendizaje. Sin embargo, los paradigmas educativos contemporáneos que han focalizado la educación desde la emocionalidad han permitido evidenciar una debilidad en el proceso educativo que es la oportunidad de generar experiencias socio-afectivas arraigadas a los elementos significativos del aprendizaje.

A partir de la perspectiva pedagógica nacional, lo actitudinal responderá a la necesidad de fortalecer un patrón de conducta en los educados, desligando la afectividad a la formación personal del docente y el impacto que pueda generar él/ella, más las normas y formación emocional familiar. Ahí es donde entra la desatención de la endoculturación, un proceso que José Manuel López García; Doctor en filosofía y las ciencias de la educación, define en uno de sus artículos: “La enculturación o endoculturación es una experiencia de aprendizaje que se fundamenta en las pautas sociales y culturales que la generación de más edad trata de inculcar a los niños y a los jóvenes”.

Dichas pautas debiesen guiar al adulto hacia una formación valórica y emotiva, estimulando el pensamiento crítico y juicios de valor que confrontan una sociedad en constante cambio e innovación, como señala la académica Elia Mella en su artículo del año 2003, “La educación en la sociedad del conocimiento y del riesgo”. A pesar, de que el conocimiento requiera constante adaptación y el aprendizaje esté guiado en esa dirección, se ha obviado en la educación entregar herramientas de retroalimentación afectiva o emotiva.

La principal evidencia de ello es la limitada participación que tiene la familia en la educación regular de cada individuo, siendo un ente subsidiario más que orientador o formador, entendiendo que los lineamientos morales de los estudiantes son supervisados en las escuelas, teniendo a las familias como un agente pasivo-receptivo en la formación y vocación del estudiante.

Esto es un desafío social y educativo del país, ya que la endoculturación no puede responder a gestionar normas o patrones de conductas, donde lo moral y ético se limite a ofrecer alternativas correctas o incorrectas, más bien debe ser un proceso socializado donde se ofrezcan espacios afectivos de construcción vocacional para los educados y educadores (docente y familia), desafiando a la escuela a que gestione los espacios, no con un rol supervisor, más bien con un rol mediador de las instancias de retroalimentación afectiva.

Nicolás Enrique Contreras León
Psicopedagogo y Docente del Área Educación
IP-CFT Santo Tomás Rancagua

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