El 10 de septiembre de cada año, se conmemora el Día de la Prevención del Suicidio, fecha que la Organización Mundial de la Salud y varios organismos asociados al trabajo en salud mental, eligieron para concentrar la atención en el problema del suicidio a nivel mundial. El sociólogo Frances Émile Durkheim ya en el año 1897, definió el “suicidio” como “todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto positivo o negativo realizado por la propia víctima, sabiendo ella que debía producir este resultado”.

Respecto a este delicado tema, el área social tiene mucho que aportar, sobre todo en lo relacionado al trabajo con las redes y la importancia de contar con un tejido comunitario sólido que permita sostener a las personas. Nadie debería enfrentar sus dolores más profundos en silencio y es ahí la importancia del acompañamiento y el desafío que tienen las disciplinas del área social en este tema. El silencio no debe ser la única respuesta frente al dolor. Estar acompañado puede marcar la diferencia entre rendirse o encontrar un motivo para seguir.

Sin perjuicio de lo anterior, sin duda existen muchas personas que viven con el peso de un suicidio, diciéndose constantemente “No hice lo suficiente”, “No me di cuenta”, “¿Y si hubiera estado más presente?, ¿si hubiera escuchado más?”. Aclarar que estas emociones son comunes, pero que la culpa no es la respuesta: nadie puede prever o controlar todas las decisiones de otra persona. Cuando alguien decide partir de esta manera, no es un fracaso de su familia o amigos necesariamente, sino el reflejo de un dolor profundo que no encontró otra salida. La culpa no sana, pero el acompañamiento sí puede aliviar.

Por otro lado, Durkheim en su obra expone el suicidio desde el triste anómico, hasta los más felices altruistas. Por lo que este tema presenta múltiples aristas y complejidades. Necesario es fortalecer las políticas sociales y la inyección de recursos en lo que a salud mental se refiere. El suicidio es un problema de salud pública, desde ahí no basta sólo con intenciones o con el compromiso de los profesionales. Sin embargo, ser un puente entre las personas en riesgo y los recursos disponibles, es un compromiso ético.

Por otro lado, la sociedad tiene la labor de evitar la estigmatización, prevenir el sentimiento de culpa. Hablar de suicidio no incita, sino que previene. Se debe impulsar espacios de diálogo y de educación, donde las personas puedan compartir su dolor sin miedo a ser juzgadas. No olvidemos que nombrar lo que duele es también una forma de liberarse.

En este último tiempo, la compañía, la red y la capacidad de nombrar lo que duele, salvó mi salud mental: buscar apoyo es un acto de amor hacia ti y hacia quienes caminan contigo.

Esperanza Faúndez Escandor
Directora de carreras del área Ciencias Sociales
IP Santo Tomás, sede Rancagua

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