El autismo es una condición que, aunque cada vez más reconocida, sigue rodeada de mitos y desconocimiento. En mi opinión, como sociedad debemos avanzar hacia una inclusión real y efectiva desde los primeros años de vida. Para lograrlo, es fundamental la educación, la empatía y un diagnóstico temprano que permita a cada niño desarrollarse en un entorno que valore sus capacidades y respete sus necesidades.

Desde mi experiencia como educadora de párvulos, he tenido la oportunidad de compartir con niños con autismo y ser testigo de sus potencialidades y desafíos. Considero que cada niño es único y que, con el apoyo adecuado, puede alcanzar un desarrollo óptimo. Es crucial que tanto las familias como los profesionales de la educación comprendan que el autismo no es una barrera, sino una forma diferente de percibir y relacionarse con el mundo.

El diagnóstico temprano juega un papel clave en este proceso. Detectar señales desde los primeros años permite diseñar estrategias de apoyo que fomenten la comunicación, la autonomía y la interacción social. En mi opinión, los entornos educativos deben ser inclusivos, proporcionando herramientas como pictogramas, rutinas estructuradas y metodologías flexibles que favorezcan el aprendizaje de cada niño, según sus propias características.

Un niño con autismo no es un niño “difícil”, sino un niño que percibe el mundo de manera distinta. Nuestra labor como educadores es comprender su manera de aprender y adaptarnos a sus necesidades. La capacitación docente y el trabajo colaborativo con la familia y especialistas son esenciales para garantizar un proceso educativo significativo.

Creo firmemente que el autismo no define a una persona; es solo una parte de su identidad. Como educadores y ciudadanos, tenemos la responsabilidad de fomentar una mirada positiva y respetuosa hacia esta condición, promoviendo oportunidades para todos los niños desde sus primeros años. La inclusión comienza con la comprensión y el amor. Solo así podremos construir una sociedad donde cada niño, con o sin autismo, tenga la oportunidad de ser feliz, aprender y aportar con sus talentos únicos.

La inclusión no solo es tarea de la escuela, sino de toda la sociedad. Si promovemos una mirada positiva hacia la neurodiversidad, podemos construir espacios donde todos sean valorados por sus capacidades y no juzgados por sus diferencias. Educar desde la empatía, fomentar la tolerancia y eliminar los prejuicios son pasos fundamentales para una sociedad inclusiva.

Cuando comprendemos que la inclusión no es un favor, sino un derecho, damos un paso significativo hacia una sociedad más equitativa y justa.

Gabriela Cornejo Ahumada
Docente de la carrera Técnico en Educación Parvularia 1° y 2° Básico
IP-CFT Santo Tomás, sede Rancagua

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