Por estos días, el 06 y 09 de agosto específicamente, se conmemoran 80 años de los bombardeos a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en el contexto de la segunda guerra mundial. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), las dos bombas atómicas utilizadas dejaron más de 200.000 personas muertas a causa de la radiación y en años posteriores, se añadieron 400.000 víctimas por problemas de salud relacionados con los bombardeos (Naciones Unidas, 2020).

Hasta hoy, Hiroshima y Nagasaki son las únicas ciudades en el mundo en las que se han utilizado armas atómicas. Sin embargo, los acontecimientos recientes a nivel global nos muestran que la amenaza nuclear sigue latente. Tal como lo expresó el Papa León XIV en el mes de mayo recién pasado: “La inmensa tragedia de la Segunda Guerra Mundial terminó hace 80 años… ahora estamos enfrentando la tragedia de una tercera guerra mundial en fragmentos” (The Times, 2025), en alusión a los conflictos en Ucrania, Gaza y otros.

En el contexto de esta triste y dolorosa conmemoración, se hace necesario hacer un alto en el camino y aprovechar este hito como un espacio de reflexión humana. En una época donde los valores de la libertad y la igualdad se enarbolan por distintos grupos de la sociedad civil, nos parece relevante resaltar un tercer valor, olvidado por estos días, pero cuya trascendencia nos puede prevenir de repetir las escenas de Hiroshima y Nagasaki. El valor al que hacemos referencia es la FRATERNIDAD.

La palabra fraternidad proviene del latín fraternitas, que deriva del concepto frater (hermano), asociándose a la idea de hermandad. En otras palabras, el valor de la fraternidad nos permite visualizarnos como hermanos y hermanas, emparentados por una condición inherente que anula toda diferencia, esto es, el hecho de ser humanos.

Esto último, nos presenta el gran desafío que la humanidad, en cuanto hermanos y hermanas, enfrenta en la actualidad: recuperar una cultura de la fraternidad en un mundo polarizado y violento. Para ello, es importante iniciar por la valoración y el respeto de la dignidad humana de todas las personas, sin discriminación y, en memoria de las miles de víctimas de Hiroshima y Nagasaki, ¡NUNCA MÁS! considerar la guerra y la violencia, como una posibilidad para resolver los conflictos entre hermanos y hermanas.

Osvaldo Arriaza Urzúa
Director de Formación e Identidad
IP-CFT Santo Tomás, sede Rancagua

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